En general está tranquila. Está adaptada. Está mejor… Pero hay días en que no comprende nada, y llora sin consuelo, porque sus padres a ver, dónde están, o su casita, o su hermana… O sus amigas, y su plaza para comprar pescado.

Hay días en que se me hace insostenible.

Días en que me debato entre la compasión y la culpa, las ganas de salir corriendo con ella en la mochila, o de escondernos juntas en la raíz de un olivo con su cuerpito arrugado debajo de mis alas.

Ella el pollito, la gallina yo.

Días en que es imposible mantenerse en pie, y odio los intentos de quienes me quieren para consolarme: en la residencia está muy bien cuidada, es un lugar agradable donde nunca está sola… Ya. ¿Y qué hay de la soledad cuando se está entre desconocidos? ¿Cuando la cama, la colcha, el sillón no son los tuyos? ¿Qué hay del olor?

En la residencia huele a colonia y pañal. Hay flores de papel con caritas sonrientes en las paredes, un desfile sobre ruedas y a cámara lenta pasillo arriba, pasillo abajo. Personas desnudas del yo. Familiares que esconden la cabeza en el suelo.

Yo a veces también soy avestruz.

Es muy triste.