El 23 de junio de 2020, el Ayuntamiento de Cádiz me premió con el Homenaje para no perder la memoria, con motivo de la V Edición de Cádiz con Orgullo, «por su inestimable labor en la visibilización y defensa de la dignidad y los derechos de las personas LGTBIQ+». El texto a continuación fue el discurso original que escribí para el Acto, y que finalmente reduje y «descaifeiné», para que pudiera ser leído por Lorena Garrón, Concejala de Feminismos y LTBIQ.
Otoño de 1980. A las 10:30 de la mañana, Concha Hernández daba a luz a una niña de 5 kilos en la Clínica de la Salud. Bajo cesárea programada, Esperanza llegó a Cádiz sin grito de madre, ni empuje, ni riesgo.
Fue el primer hito en su vida, el hito primero, en el que Esperanza no pudo decidir.
Luego vinieron años de educación represiva en un colegio de monjas, una infancia sin voluntad, sin visibilidad, pasando desapercibida. “Esta niña es muy poco cariñosa, pero qué bien se expresa, y qué resuelta es, todo lo hace solita”.
Demasiado baja, demasiado gorda, demasiado tetona, demasiado pava, demasiado lista, demasiado floja. Demasiado rara, demasiado especial, demasiado algo si abría la boca.
Hasta que la abrí.
El calor en las mejillas, las manos sudorosas, el corazón en la garganta, el pecho al límite y la brutal implosión llegaron a los 13 años, cuando aquella compañera me agarró de la mano en el Tempul de Jerez.
El coño hirviendo, el dolor de lo imposible, las palabras bocabajo y los poemas de amor marcaron el pupitre entre los 15 y los 18. Amé tanto a Cristina que decidí, por fin, gritar mi lesbianismo a ocho voces, luego 10, luego más… En la oscuridad de los pasillos de San Vicente de Paúl, con muchísimo más miedo que vergüenza, salí del armario por primera vez. La primera de todas las demás veces en las que una tiene que salir del armario en la vida.
A pesar de haber intuido siempre que esto de VIVIR no iba a ser fácil, tuve que enterrar a mi padre y volverme madre de mi madre, para ser plenamente consciente de lo complicado que resulta SER cuando una no encaja en el molde (¿alguien encaja?).
Complicado fue aceptar mi orientación sexual diversa, y sentir orgullo al nombrarme como lesbiana. Construirme o no, pero serlo porque algo brotó desde mi estómago y se ramificó por dentro.
Durante la adolescencia me lo negué a mí misma, cada día. Investigué en la poca información a mi alcance, puse atención a mi alrededor y me sentí miserable. Un bicho raro. Un ser despreciable. Pensé un día, detrás de otro, que estaba condenada a estar sola, que no era digna de ser amada.
Tan fuerte lo creí, que una noche de febrero de 1996 me senté en la ventana, pies hacia fuera, decidida a saltar. No sé el tiempo que pasé ahí, ¿segundos, minutos, horas? No lo hice, me sentí cobarde, incapaz.
Sin saberlo, había puesto en marcha el primer gran acto resiliente de mi vida: comprendí que la valentía residía en quedarse, mirar al monstruo a la cara, y empezar a darle besitos. A los 17 salí de casa, del cole de monjas, del Puente Carranza, de la feminidad impuesta. Me corté el pelo, cambié la forma de vestir, siempre manchada de óleo y oliendo a aguarrás. Y me enamoré.
A I N H O A. Sí, mamá, con h intercalada.
Mi padre lanzó el plato de lentejas por los aires, y dijo “vamos al médico, seguro que se puede curar”. Después de aquello, nunca volvió a ser el mismo. Cargué el resto de su vida – 15 años más – sintiéndome culpable por su tristeza, su abandono, su enfermedad, y hasta su muerte.
A los 21, los padres de Ainhoa se dieron cuenta de que yo no era la amiga de su hija, sino su pareja. La echaron de casa, y me convertí en su familia yo. Estos capítulos forman parte del activismo como mujer lesbiana en un plano íntimo, personal. Este activismo no se habrá de apagar nunca.
El activismo hacia el exterior comenzó en 2004, cuando diseñé junto a la psicóloga e investigadora experta en género, y gran amiga, Paloma Ruíz Román, la web kamasutralesbico.net. Exploté, dinamité las trincheras, y arranqué las puertas de todos los armarios. En 2007, comenzamos a trabajar en Tu dedo corazón, que finalmente publicó EGALES en 2008. Entre todas las presentaciones que hicimos del libro, atesoro en mi corazón la celebrada en Granada, con mis padres sentados en primera fila, emocionado y orgulloso él, orgullosa, y emocionada, ella. En ese orden.
Más de una década viví en Valencia, vinculada a los estudios de género y queer de la UPV. En 2009, las ideadestroyingmuros me invitaron a participar en una performance de Diana Pornoterrorista, abriendo la brecha que me permitió pensar la rabia y transitar el espacio asignado a lo largo de la Historia del Arte a las mujeres: del objeto deseado al sujeto que desea. El proyecto de investigación artivista “Cuerpos Lesbianos en (la) Red” me enseñó los vínculos posibles si dejaba un pie adentro y otro fuera de la normalidad. Calle y Academia, Institución y CSOA. Durante tres años se condensa una vida entera, otra, al otro lado. La otredad en mí, la monstruosidad por fin acogida, amada, deseada. Sexo, mucho, drogas, también. Y techno, mucho techno. Látigos, fustas, dildos de colores, creatividad a la enésima potencia. Creer, crear, crecer. Follar.
El 26 de abril de 2011, apenas dos semanas antes del 15M, Patricia Heras, víctima del montaje del #4F, se tiraba por la ventana. Dos días antes estuve con ella en Barcelona, recuerdo sus dibujos perfectamente, su cansancio, la media sonrisa, el rizo cayéndole sobre el rostro. Desde entonces, una sombra nueva se instaló en mi estómago: ¿en qué sistema estamos viviendo, que lo único que te queda de ti es la muerte?
Somos supervivientes.
En 2013 estaba agotada, asustada incluso. Mi padre estaba cada vez más débil, así que decidí volver, a este Sur, a mi Sur, volver. Lupa y yo encontramos nuestra cueva en Arcos de la Frontera, donde vivimos aún.
Apenas unos meses después de instalarme en la Provincia, comencé a trabajar con la Federación Andaluza Arco Iris, impartiendo talleres en Educación Secundaria para prevenir el bullying LGBTIQfóbico. Unos meses más tarde, junto a Rafa Gil y Fran Ortiz, se nos ocurrió la idea loca de crear un Orgullo en la Sierra de Cádiz, hasta el coño y más allá de estar huyendo siempre. Poco después, constituimos la Asociación DELTA LGBTIQ Sierra de Cádiz, de la que fui vocal de Educación, y creamos D.Colores, un programa de intervención socioeducativa en materia LGBTIQ para la Diputación de Cádiz.
Como sabéis, el Orgullo Serrano se consolida cada año como un proyecto necesario, transgresor, capaz de poner el foco en las vivencias del colectivo LGBTIQ en los pueblos de la Sierra. En 2020 ha tenido lugar en las redes, por la situación excepcional provocada por la pandemia, la 7ª Edición.
En junio de 2016, en las celebraciones de Cádiz con Orgullo fui portavoz de la plataforma, me mantuve en la cabecera de la manifestación y entre el Colegio San Vicente de Paúl y mi casa de la avenida de toda la vida lloré como si no hubiese un mañana… por la Espe de los 13 que estaba muerta de miedo, por la de los 15 que quiso quitarse la vida, por la de los 19 que vio el plato de lentejas volar, por la de 24, que le empezó a echar ovarios al tema, la de 29, que vio caer el castillo de naipes, la de 30 que cambió de rumbo, la de 32 que leyó a su padre “El Viejo y el Mar” durante los 5 últimos días de sedación, antes de que se marchara para siempre.
Como presidenta de Arco Iris Cádiz, es destacable otro logro: haber encontrado alianzas dentro de la Corporación Municipal del Ayuntamiento de Cádiz para registrar una propuesta de Plan Municipal contra la LGBTIfobia. Este Plan es, hoy por fin, una realidad.
Los últimos 4 años me han llevado a otro escenario. La profesionalización en torno a las cuestiones del género y la diversidad afectivo-sexual trajo bajo el brazo un contrato estable en la Consultora Diferencia2, a cuyo equipo pertenezco desde entonces. Sigo formando, sensibilizando, y visibilizando la realidad LGBTIQ, sigo creyendo que un mundo mejor es posible, y sigo poniendo el cuerpo, y el alma, para que sea así.
Desde que mi padre se marchó, el cerebro de mi madre empezó a desconectarse. Hace unos años que nuestra relación se ha transformado en otra cosa. He podido conocer a Concha, la mujer que había detrás de la teta proveedora, una persona excepcional, luchadora, divertida y resiliente. Capaz, a pesar de los nubarrones, de regalarme grandes dosis de sensatez. Mar Gallego, en la entrevista para su libro “Como vaya yo y lo encuentre” me preguntó: ¿cómo te definirías hoy? Mi respuesta fue: “hoy soy hija de mi madre”.
Y esa es mi mayor fortuna. Porque sobrevivió y sobreviví, porque seguimos acariciando y azotando el mundo para nombrarnos, vindicarnos, y reivindicarnos.
Mientras mi cuerpo se formaba en su interior, Concha compuso un tanguillo. Quiero terminar esta presentación con uno de sus versos:
“La vida es una montaña,
y tú un granito de arena.
Y con cariño, alegría, salero y arte en tus costumbres,
vas a colaborar
a que esa montaña no se derrumbe”.
Nota a la fotografía: Al fondo, la placa del Homenaje. Delante, un regalo que tenía mi madre para mí en su bolso, tras tres meses de confinamiento en la Residencia de Mayores en la que vive. Enfocada, sin duda… porque si el premio me hizo llorar, con este arsenal de tarritos de mantequilla mi mami hizo que me temblaran hasta las uñas de los pies.
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